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Cuando la alta costura se enamoró de la tecnología

Cuando la alta costura se enamoró de la tecnología

La moda aúna en París la herencia del pasado con materiales dignos de Silicon Valley.


Quién hubiera pensado que la moda y la tecnología se harían tan buenas amigas. En la primera jornada de desfiles de las colecciones de alta costura para otoño/invierno 2014-2015 en París conviven los elogios a la virtuosa artesanía de estos trajes con los guiños a Silicon Valley. Es posible que la tecnología sea la salvación de una disciplina que se daba por muerta hace una década y que no puede ser más predigital. Piezas costosísimas y únicas, que solo se fabrican a mano y a medida y que tardan meses en entregarse. Es como si, 15 años después de terminar el instituto, los nerds informáticos y los estudiantes de arte se hubieran reencontrado para descubrir sus afinidades. Por una parte, Apple anuncia el fichaje de un tercer ejecutivo de la industria del lujo: el vicepresidente de Tag Heuer, una de las relojeras del mayor grupo del sector (LVMH), se une así a los CEO de Burberry e Yves Saint Laurent. Por otra parte, las casas de alta costura aseguran que el aumento de doble dígito de sus ventas se debe a la llegada de un nuevo consumidor, en buena parte, procedente de la industria tecnológica.


La mayoría de la veintena de firmas que desde el domingo y hasta el jueves mostrarán sus creaciones no proporciona cifras del negocio real que supone esta división. Pero el presidente de Dior, Sidney Toledano, explica a este periódico que la edad media de los clientes ha bajado 10 años y ahora ronda la treintena, gracias a la llegada de los nuevos protagonistas de la economía. Para esa generación, el belga Raf Simons —director creativo de la marca desde 2012— concibe una luminosa colección que marca un punto de inflexión en su trayectoria por su voluntad historicista. Una nave redonda levantada en los jardines del Museo Rodin, albergaba un escenario deslumbrante con paredes cubiertas de orquídeas. Por él circulaban las modelos formando ocho grupos temáticos en los que Simons combinó con arrojo los trajes de la corte francesa del siglo XVIII con los de astronautas y las siluetas eduardianas con las de las flapper.


“Esto es lo que ahora me parece moderno”, contaba Simons, de 46 años, tras el desfile y junto a su orgullosa madre. “Quería huir de la silueta que ha definido la última década. No la critico, ya que yo también he contribuido a ella. Pero sentía que había que buscar una dirección nueva y que para encontrarla había que mirar hacia atrás”. El siglo XVIII es una de las referencias primordiales, pero Simons huye de lo literal. Los bordados de las chaquetas se realizan con materiales innovadores y se llevan sobre pantalón y jersey negro (y el belga asegura que las imagina incluso con vaqueros) mientras que los vestidos de María Antonieta pasan por un filtro minimalista. Esa necesidad de esquematizar y no caer en el disfraz también se explica por la búsqueda de sintonía con una sociedad tecnológica: “Se trata de la historia, pero con un punto de vista actual”, argumenta Toledano. “La generación que ahora tiene treinta años ha entrado en la alta costura y busca una tradición actualizada. Eso Raf lo hace muy bien. No es una pura revisión. Como los grandes pintores, incorpora las obras anteriores en un discurso que impulsa su disciplina hacia adelante. Me recuerda a El Greco, cuyo trabajo he admirado hace poco en Toledo, y a la forma en la que incorporaba el legado de sus antecesores para construir algo totalmente nuevo y propio”.


Esa tensión entre pasado y presente es inevitable en una disciplina que sigue identificando a los años cincuenta como su era dorada, tal como se encarga de recordar una exposición que se inaugurará el 12 de julio en el Museo Galliera de París. Una década que sirvió de teórica inspiración a Donatella Versace en su desfile del domingo. Aunque Versace también se tomó la referencia temporal con mucha libertad y acabó llevando el tema a su habitual y procaz terreno de la mano de corsés, cierres de piel y metal y trajes de gala que descubren las piernas hasta el límite.


Desde luego, es difícil sortear la nostalgia cuando la industria se empeña en desempolvar una y otra vez los nombres y herencias del pasado. La casa de Elsa Schiaparelli volvió el año pasado a la actividad, tras casi 60 años de letargo. El provocador y original trabajo de la italiana en los años treinta es la cara y la cruz de la moneda con la que se decide la suerte de Marco Zanini (Milán, 1971). Su segunda colección para la firma de alta costura defiende una interpretación del oficio mucho más teatral que la de sus colegas. Zanini abraza los elementos más emblemáticos de la obra de Schiaparelli (como los fantasiosos bordados, el fucsia y el circo) sin miedo a bordear la caricatura. Hace justo un año, Christian Lacroix firmó una primera colección con la que la firma volvió a escena. El francés explicaba entonces que se había imaginado aquella colaboración puntual como si concibiera el vestuario de un musical protagonizado por la diseñadora italiana. Algo de eso hay también en Zanini. Aunque este se acerca más a un drama cinematográfico de alto voltaje, como los que protagonizaba Joan Crawford. Con colores que quieren evocar “las películas de Hollywood en Kodachrome”, plumas de avestruz que emulan la célebre piel de mono y bordados de mariposas o ratas, Zanini se entrega —si bien tímidamente— a una clase de fantasía que solía ser inherente a la alta costura y que hoy escasea. Será cosa de la tecnología.


Fuente El País (EUGENIA DE LA TORRIENTE | París): Cuando la alta costura se enamoró de la tecnología...
Compartir | Recomendar Noticia | Fuente: El País (EUGENIA DE LA TORRIENTE | París) | Fecha: 08/07/2014 | Ver todas las noticias



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