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El cuadro de la pobre Judía que acabó en Madrid

El cuadro de la pobre Judía que acabó en Madrid

Año 1939: Lilly, para librarse del campo de concentración, «regala» a un nazi un Pissarro. Año 2009: el cuadro, colgado en el Thyssen, es reclamado. Valor: 13 millones


La última vez que Claude Cassirer vio la obra impresionista de Camille Pissarro La calle de Saint Honoré después del mediodía. Efecto de lluvia, valorada hoy en 13 millones de euros, fue en el salón de la casa de su abuela Lilly Cassirer, en Munich, antes de que un miembro del partido nazi se lo arrebatara en 1939. El hoy anciano, de 88 años, ni siquiera ha podido volverlo a disfrutar en el Museo Thyssen-Bornemisza, donde miles de personas lo contemplan a diario desde que la obra se expuso en 1993.


Hace nueve años, demasiado mayor ya para viajar a España, Claude descubrió por un amigo que el lienzo robado que él y su familia buscaron durante medio siglo estaba perfectamente visible en el museo madrileño. Una vez localizado, Claude no ha querido conformarse con la triste reproducción que cuelga en su casa de San Diego (EEUU) y desde el año 2000 intenta recuperarlo. Sin éxito. Primero el Ministerio de Cultura ignoró la reclamación, y ahora la Fundación Thyssen niega la validez legal de la demanda interpuesta contra ellos en 2005.


Un Tribunal de Los Ángeles, no obstante, ha dictaminado hace unos días que la demanda no puede ser desestimada y que tiene derecho a seguir luchando por él. Otras batallas han sido ganadas ya por los descendientes de familias judías expoliadas por los esbirros de Hitler.


Desde que Lilly Cassirer se vio forzada en 1939 a cambiarlo por un pasaporte que la alejara de los campos de exterminio, el cuadro, una de las 15 obras que Pissarro pintó desde la ventana de su hotel parisino durante el invierno de 1897/98, ha recorrido medio mundo. Durante la guerra, en Alemania, fue objeto de transacción entre varios marchantes nazis. Estuvo a punto de embarcar a Brasil, pero se quedó en el puerto holandés de Havre y retornó a Berlín. Allí fue subastado en 1943 y desapareció de la faz de la tierra. Terminada la guerra, seguirle la pista resultó imposible para los Cassirer. Como muchas de las más de 600.000 obras que los jerarcas nazis saquearon.


«Durante años, Claude y Lilly buscaron sin resultado la obra de Pissarro», explica en una conversación telefónica el abogado Victor Kovner, de la firma Davis, Wright & Tremaine, que representa a Claude Cassirer. «En los años 50 no se había puesto en marcha la investigación sobre estas obras, no existían registros, ni comisiones que rastrearan las pistas, estaban solos».


DE MANO EN MANO

En realidad, como ha podido reconstruir Crónica, desde la subasta de 1943, el lienzo pasó secretamente de mano en mano, de coleccionista en coleccionista, durante 33 años. Estuvo en tres galerías de Nueva York y en la mansión de un millonario de San Luis (Missouri). Un viaje de ida y vuelta que culminó con la adquisición por parte del barón Thyssen en 1976 -el precio nunca ha trascendido- para gloria de la colección que atesoraba en su castillo de Lugano, Suiza.


Por caprichos del destino, el cuadro quedaba asociado de nuevo a un apellido que evocaba recuerdos de la esvástica: Fritz Thyssen, tío del barón Heinrich, llegó a colaborar en los años 30 con Hitler, si bien la rama familiar del barón tuvo que huir en los 40, precisamente por la persecución nazi.


De Lugano, aún viajaría más. Su presentación nuevamente en sociedad fue obra del difunto esposo de Carmen Cervera, quien permitió en 1980 que el lienzo saliera a la luz en una exposición de su colección en Australia. Regresó al castillo, de donde partiría nuevamente -para no volver ya-, en 1992, cuando el Estado español adquirió la colección que hoy llena las salas del Thyssen.


Al margen de lo que dictaminen los tribunales, el origen de la propiedad de Claude es indiscutible. Paul Cassirer, quien vendió el cuadro al tatarabuelo de Claude, Julius Cassirer, había comprado la célebre obra en 1900 al marchante y amigo de Camille Pissarro Durand Rouel, quien se lo había comprado al artista dos años antes. La acaudalada familia judía de los Cassirer era por entonces célebre en Munich ya que poseían una galería de arte y una editorial.


El Pissarro fue pasando de generación en generación hasta llegar a Friedrich Cassirer, casado con Lilly, que obtuvo la propiedad del cuadro una vez que su marido falleció, en 1927. El ascenso del partido Nazi en Alemania en los años 30 comenzó a torcer su destino. Las leyes contra los judíos promulgadas por Hitler previnieron a la mayoría de acaudalados banqueros, burgueses e intelectuales. Todos los que pudieron abandonaron Alemania.


Lilly Cassirer no fue una excepción. Decidida a marcharse, cargó con el cuadro hacia Berlín en busca de un pasaporte a Londres. La historia la pudo reconstruir, y la explica a Crónica Melissa Mueller, investigadora y autora de un libro sobre el expolio nazi a los judíos (Cuadros perdidos. Vidas perdidas, editado en Alemania por Elisabeth Sandmann). «Para conseguir salir del país, Lilly se vio forzada a malvender el cuadro a un marchante de arte alemán, Jacob Scheidwimmer, miembro del partido nazi, por una cantidad irrisoria: 900 marcos, más de cien veces menos de su valor. Era además una condición indispensable para no acabar en uno de los campos que ya existían».


La contrapartida económica era, además, ficticia, porque se depositó en una cuenta bloqueada a la que nunca tuvo acceso. Lilly dejo atrás la pintura pero, como explica el abogado Víctor Kovner, logró llevarse el marco. «La madera no tenía especial valor en sí, pero resultó valioso por representar una prueba más de a quién pertenecía la obra. La foto que guardó con el Pissarro en la casa Munich muestra el mismo marco inconfundible que realzaba la pieza».


UN PINTOR JUDÍO

Pero al avezado marchante Scheidwimmer, el «efecto de lluvia» le interesaba sólo relativamente. Como pintor judío, Pissarro, no era tan apreciado en Alemania como los holandeses Rembrandt o Vermeer.


Jakob necesitaba sacarlo fuera de Alemania o, mejor aún, intercambiarlo para obtener un buen provecho de él y pensó en un coleccionista de arte, Julius Sulchbacher, con el que ya había hecho transacciones similares. Al igual que Lilly, Sulchbacher era judío y Jakob supo sacarle partido a la situación.


Con la amenaza del campo de exterminio de Dachau como telón de fondo, obtuvo la importante colección de Sulchbacher a cambio de 3.000 marcos y de entregarle el famoso La calle de Saint Honoré después del mediodía. Efecto de lluvia.


De inmediato, el coleccionista judío preparó su huida a Brasil a través del puerto holandés de Havre con la valiosa pieza. Consiguió escapar, pero el cuadro se quedó en tierra, con el resto de sus pertenencias. Allí mismo los oficiales nazis interceptaron el paquete. Según las investigaciones de Melissa Mueller, la historia llegó entonces a su punto clave: «No se sabe cómo ni por qué razón, un conocido pintor alemán, Ari Kampf, se hizo con él y lo llevó a la subasta que organizó la casa Hans. W. Lange que lo vendió entre el 27 y el 28 de mayo de 1943».


Según los archivos facilitados a Crónica por el Museo Thyssen, se vendió como el lote numero 191 a la Perls Gallery de Nueva York. Los registros alemanes certificaron la cantidad: 95.000 marcos, 105 veces más, en sólo cuatro años, que la cantidad pactada -que no abonada- a la legítima dueña, Lilly Cassirer.


ABUELA Y NIETO

Claude y su abuela se encontraron después de la Guerra en Londres en 1946 y otra vez en 1951. Durante esa época buscaron infructuosamente el cuadro en Europa. En 1952 lo adquirió la Galería Knoedler de Nueva York, que se lo vendió en el mismo año a un rico hombre de negocios de San Louis, Missouri, llamado Sydney Schoenberg. Allí permaneció 24 años hasta que otro gigante de las transacciones artísticas, Steve Hahn, lo adquirió de Schoenberg para vendérselo al barón en 1975.


En 1958, cuatro años antes de morir, Lilly consiguió el reconocimiento de su propiedad por parte del Gobierno Federal Alemán y una compensación de 120.000 marcos. Los abogados que representan a la Fundación consideran que, con este acuerdo, renunció a la propiedad. Mientras que Víctor Kovner asegura que sólo sirvió para reconocer su derecho sobre el cuadro y compensarla por los daños.


Desde la Fundación zanjan el asunto argumentando que no hay base legal para demanda mientras que la baronesa Thyssen rehúsa a hablar sobre la polémica. No hay duda de que el barón compró de buena fe y conforme a la ley. Tampoco de que se trate de un expolio. A diferencia de las obras subastadas, algunas de las custodiadas por los Nazis pudieron ser recuperadas y devueltas a sus dueños. Pero los cientos de piezas adquiridas por marchantes y coleccionistas siguen escondidas o en los Tribunales.

Compartir | Recomendar Noticia | Fuente: Julio Martín Alarcón | Fecha: 05/10/2009 | Ver todas las noticias



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